Si somos exigentes, pero con esa exigencia irresponsable que reservamos mayormente para los demás, estamos tentados de decir que el espejo es un enemigo artero, despiadado, un compañero de escuela practicador de “bullying”, un dictador genocida, ehhh paráaaaa, bueno, bueno, tanto no, sofrenate Catalina. Ok ok okkk oka sokas asfdsfasfd capaz no un dictador genocida, pero sí un pariente brutalmente sincero. Tal vez una madre castradora o un padre severo, o un hermano mayor con poca paciencia que te anuncia “ahhh, parecés un espantapájaros estrábico recién escapado del frenopático y a punto de sufrir un acv. Y medio con cara de boludo” cuando le preguntás qué tal te queda ese pulóver nuevo.
Sí, estamos convencidos de que el espejo es malvado, conchudo, puto, que practica un “mobbing” vocacional y gratuito con nosotros. “¿Por qué intentas convencerme de la existencia de ese colgajo de carne bajo mi mentón?”, “¿Por qué te gozas en revelarme sin ningún tipo de lisonja protectora –tipo ‘ahora sos más interesante’ o ‘es notorio cómo con la edad fuiste creando una fuerte personalidad’- mi lenta pero inexorable decadencia?”, “¿Por qué tengo esa cara?”
¡Ah! Pero no somos sinceros. Ni siquiera somos mínimamente considerados con nuestro acompañante cotidiano de acicalamientos e higiene bucal. Ni siquiera somos capaces de agradecerle que sea un espejo liso, reflectante, normal, en lugar de un espejo con una grieta de lado a lado y que nos cicatrice a racionjes breves y diarias, omun espejo deformante de feria, enanándonos si es convexo o anorexiándonos si es cóncavo. ¡O uno de esos espejos manchoneados tan de moda en los ascensores de los años setenta, que nos revelan el horrible rostro potencial de una enfermedad cutánea siempre posible! O, ¿por qué no? Un espejo detrás del cual se vieran imágenes infernales, ejércitos de almas en pena atormentadas aullando por piedad, gritando ciegamente el nombre de sus hijos y exhibiendo sin pudor sus llagas purulentas. ¡Imagínense lo que sería afeitarse en esas condiciones!
Pero no es sólo esa normalidad –producto, concedámosle,de características de fábrica y de una manufactura correcta o por lo menos no sobrenatural- lo que debemos agradecerle al espejo; no, el gesto supremo que debemos agradecerle es justamente su ausencia de ubicuidad. El espejo circunscribe su existencia en un pequeño cuadrado del baño, o del asecnsor, o en la superficie de ciertas vidrieras callejeras. Bueno, pensándolo bien, ya es bastante ubicuo, mierda.
¡Pero no está en todos lados! ¡No están las superficies de las calles ta`pizadas de espejos, ni los muros de los edificios, ni están las ciudades recubiertas de una cúpula espejada, no! Hemos logrado mantener a este brutal evaluador domesticado y circunscripto, para someterlo a las siguientes poses:
-La sonrisa impostada de nuestra foto favorita
-La mirada irresistible de seductor impenitente
-El rostro severo, agresivo, letal, que debsmos sotener antes de una discusión con el vecino sobre los correctos límites de la colocación de la bolsa de basura.
-El ángulo adecuado, levemente elevado o tal vez inclinado para ocultar bolsas, arrugas, receptáculos adiposos, sonmbras traicioneras, cabellos que se resisten a quedar en esa posición de 45 grados levemente “sauvage” pero lo suficientemente aceptable en el ambiente oficinesco.
-Inserte su “pose de espejo” aquí.
No, hemos tenido la suficiente inteligencia de mantenerlo encerrado y someterlo a nuestras muecas y pretensiones de fotogenismo, y moderar la horrible verdad de que somos eso, no menos que eso ni –horror- más.
Si pudiéramos, intentaríamos obligar al mundo a creer esta farsa de la misma forma en que estafamos al espejo. Si pudiéramos mantener a nuestra familia, amigos, vecinos, jefes y prójimos en general en un cuadradito del botiquin del baño, medio apretujados pero complacientes, mudos, planos y reflectantes, la vida sería mucho más tranquila. ¿He tenido una actitud miserable con un anciano en el colectivo? No importa, exhibiré un rostro noble y diligente otorgador de asientos frente a mi “Universo del Botiquín”.
No faltará mucho para que uno de esos genios informáticos o industriales que parecen nacer a cada minuto invente un espejo interactivo, parlante, ubicuo e imposible de engañar. Por supuesto, contamos con nuestros amigos de la CIA, los caballeros Templarios o los Illuminati para que lo hagan correr la misma suerte que al creador del agua auto-purificable, el auto a mierda o la coca cola extraíble de nuestros forúnculos.
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