martes, 30 de julio de 2013

“CRÓNICAS DE T”: ¡TODO LLEGA!

El automóvil que está a mi disposición actualmente, modelo 2005, tiene dirección hidráulica y aire acondicionado. También tiene un sistema muy copado de que si te dejás las luces prendidas hace sonar una alarma. Ah, y radio, tiene radio, con CD y todo.

Tiene otras prestaciones que parecen surgidas de una fábula fantacientífica, como que el asiento no tiene un agujero en el que se te hunde el culo medio metro, ni produce ruidos similares al de un ogro biomecánico, ni que se queda sin frenos, o se te parte el acelerador en dos cuando estás bajando una loma, ni que se te incendia el motor, se te rompe la cruceta o la dirección.

Compréndanme: Para quien haya manejado un Taunus “L” del año 1980 durante los últimos 15 años, todos estos adelantos técnicos, supongo que naturales para el común de la gente, el hombre del común, del llano, el hombre de la calle, y qué más de la calle que andar en auto, el hombre de a pie, a no, ese no, en fin, para el hombre con dos dedos de frente que sabe cuándo su máquina debe rendirse, en fin, todos estos adelantos técnicos semejan los dispositivos asombrosos de una nave espacial. Una nave que no corcovea, se irrita, se detiene y saltica, sino que se desliza, que apenas toca el ras del suelo, que cumple con su rol de llevamiento, y no de mochila arrastrada dificultosamente por nuestros pies

No era un motor con cables, engranajes, humo y chirimbolos de fierro de la Era Industrial los que esperaba que tuviera mi corcel actual, sino nanotubos de carbono, máquinas de movimiento casi perpetuo, energía cuántica, magnetismo, campos de fuerza generados telepáticamente por criaturas de otra dimensión; en fin, imaginaba un capot aparentemente vacío para la deficiente percepción humana, del que emanara una luz fluorescente y verdosa, y un coro de voces, voces inocentes y risas de felicidad gorgojeadas por las ninfas tecno-mágicas que le insuflaban su Fuerza Vital. Y olor a lavanda.

Pero allí estaba yo, en un pueblo perdido al costado de la ruta, mirando ansiosamente al imprevisto mecánico al que tuve que recurrir debido a ciertas actitudes poco profesionales del vehículo, mientras este me mostraba la “bomba de agua” (¿Ustedes sabían que los autos posteriores al 2004 tienen bomba de agua? ¡Yo no lo sabía!), carcomida por las bastas inclemencias del Mundo Físico (y no por el combate Celestial que indudablemente las criaturas ultradimensionales movedoras de autos librarían a diario, si es que éstas existieran), con abundancia de cachos faltantes, mordiscones de bestias primigenias, ajaduras y chorreos de grasa y óxido.

Y pude sentir (además de un razonable cóctel que incluía la angustia, la incertidumbre, la ira, la avaricia, la frustración, la desesperanza, el ateísmo y la impaciencia) aquella emoción que nos invade cada vez que observamos en nuestros seres queridos el cumplimiento de una etapa, una emoción que me hizo musitar para mis adentros:

“Hijo mío, ya eres un Taunus”

jueves, 4 de julio de 2013

¿ESTAMOS ACASO EN UNA ETAPA PREHISTÓRICA DEL ESPEJO?

Si somos exigentes, pero con esa exigencia irresponsable que reservamos mayormente para los demás, estamos tentados de decir que el espejo es un enemigo artero, despiadado, un compañero de escuela practicador de “bullying”, un dictador genocida, ehhh paráaaaa, bueno, bueno, tanto no, sofrenate Catalina. Ok ok okkk oka sokas asfdsfasfd capaz no un dictador genocida, pero sí un pariente brutalmente sincero. Tal vez una madre castradora o un padre severo, o un hermano mayor con poca paciencia que te anuncia “ahhh, parecés un espantapájaros estrábico recién escapado del frenopático y a punto de sufrir un acv. Y medio con cara de boludo” cuando le preguntás qué tal te queda ese pulóver nuevo.

Sí, estamos convencidos de que el espejo es malvado, conchudo, puto, que practica un “mobbing” vocacional y gratuito con nosotros. “¿Por qué intentas convencerme de la existencia de ese colgajo de carne bajo mi mentón?”, “¿Por qué te gozas en revelarme sin ningún tipo de lisonja protectora –tipo ‘ahora sos más interesante’ o ‘es notorio cómo con la edad fuiste creando una fuerte personalidad’- mi lenta pero inexorable decadencia?”, “¿Por qué tengo esa cara?”

¡Ah! Pero no somos sinceros. Ni siquiera somos mínimamente considerados con nuestro acompañante cotidiano de acicalamientos e higiene bucal. Ni siquiera somos capaces de agradecerle que sea un espejo liso, reflectante, normal, en lugar de un espejo con una grieta de lado a lado y que nos cicatrice a racionjes breves y diarias, omun espejo deformante de feria, enanándonos si es convexo o anorexiándonos si es cóncavo. ¡O uno de esos espejos manchoneados tan de moda en los ascensores de los años setenta, que nos revelan el horrible rostro potencial de una enfermedad cutánea siempre posible! O, ¿por qué no? Un espejo detrás del cual se vieran imágenes infernales, ejércitos de almas en pena atormentadas aullando por piedad, gritando ciegamente el nombre de sus hijos y exhibiendo sin pudor sus llagas purulentas. ¡Imagínense lo que sería afeitarse en esas condiciones!

Pero no es sólo esa normalidad –producto, concedámosle,de características de fábrica y de una manufactura correcta o por lo menos no sobrenatural- lo que debemos agradecerle al espejo; no, el gesto supremo que debemos agradecerle es justamente su ausencia de ubicuidad. El espejo circunscribe su existencia en un pequeño cuadrado del baño, o del asecnsor, o en la superficie de ciertas vidrieras callejeras. Bueno, pensándolo bien, ya es bastante ubicuo, mierda.

¡Pero no está en todos lados! ¡No están las superficies de las calles ta`pizadas de espejos, ni los muros de los edificios, ni están las ciudades recubiertas de una cúpula espejada, no! Hemos logrado mantener a este brutal evaluador domesticado y circunscripto, para someterlo a las siguientes poses:
-La sonrisa impostada de nuestra foto favorita -La mirada irresistible de seductor impenitente -El rostro severo, agresivo, letal, que debsmos sotener antes de una discusión con el vecino sobre los correctos límites de la colocación de la bolsa de basura. -El ángulo adecuado, levemente elevado o tal vez inclinado para ocultar bolsas, arrugas, receptáculos adiposos, sonmbras traicioneras, cabellos que se resisten a quedar en esa posición de 45 grados levemente “sauvage” pero lo suficientemente aceptable en el ambiente oficinesco. -Inserte su “pose de espejo” aquí.

No, hemos tenido la suficiente inteligencia de mantenerlo encerrado y someterlo a nuestras muecas y pretensiones de fotogenismo, y moderar la horrible verdad de que somos eso, no menos que eso ni –horror- más.

Si pudiéramos, intentaríamos obligar al mundo a creer esta farsa de la misma forma en que estafamos al espejo. Si pudiéramos mantener a nuestra familia, amigos, vecinos, jefes y prójimos en general en un cuadradito del botiquin del baño, medio apretujados pero complacientes, mudos, planos y reflectantes, la vida sería mucho más tranquila. ¿He tenido una actitud miserable con un anciano en el colectivo? No importa, exhibiré un rostro noble y diligente otorgador de asientos frente a mi “Universo del Botiquín”.

No faltará mucho para que uno de esos genios informáticos o industriales que parecen nacer a cada minuto invente un espejo interactivo, parlante, ubicuo e imposible de engañar. Por supuesto, contamos con nuestros amigos de la CIA, los caballeros Templarios o los Illuminati para que lo hagan correr la misma suerte que al creador del agua auto-purificable, el auto a mierda o la coca cola extraíble de nuestros forúnculos.

miércoles, 3 de julio de 2013

¡PUTEAN PELÍCULA PARA GENERACIÓN DE PLOMOS!

A ver a ver a ver a verga de qué se trata esta porquería, se trata de dos personajes, él es un norteamericano rubio, blanco, culto, escritor. Ella es europea o francesa, no sé, no importa, rubia, blanca, culta, ecologista o algo así. Y ambos se encuentran en ciudades europeas muy limpitas y organizadas y caminan y hablan. Y aparte es de amor. Y con esto no hicieron media, sino tres películas enteras de principio a fin.

No puedo ni siquiera planificar arrancar a hacer la previa para pedir una reunión y hacer un brainstorming para pedir ideas de hacer el proyecto de llevar propuestas de empezar a imaginar la posibilidad de que exista un material menos apasionante, protagonistas más bodrios y repulsivos y un entorno más tilingo. No me cabe en la cabeza a quién se le puede ocurrir que con estos dos universitarios inofensivos se puede despertar algo a alguien que no sea deseos de matar. Es el tipo de personajes que quedan bien en una película de terror para que alguien los mate. Pero no, no los mata nadie. Ni siquiera se agarran una enfermedad, como para hacerse una película de drama humano. No, son dos idiotas instruidos que hablan, dos bombas de insipidez masiva alimentada a lechuga, yogur, bafici, Starbucks, música alternativa y cosas independientes en general. Me los imagino yendo al cine y tomando un café, o reunidos con parejas amigas o leyendo “No Logo” y cosas así de jóvenes universitarios del primer mundo. Abominable. Y todo bien con que existan. Seguramente hasta podría ser amigo de esas personas y conversar y que me cuenten de sus cosas del primer mundo, pero no me las pongas en toooooooooooooooooda una película, no me los pongas a caminar por París hablando, ¿qué más falta? ¿Que vayan a Amsterdam? ¿Que reciclen basura? ¿Que anden en la “Masa crítica”? ¿Que firmen un petitorio de Change.org?

Y escucho que esta es “la historia de amor que marcó a toda una generación”. Ya habla bastante mal de esa generación, que encima seguramente roza de bastante cerca la mía, si se deja marcar con un estilete tan romo y blando, habla mal de su epidermis, aparentemente inmune a los hechos de la vida que a fuer de latigazos nos van endureciendo y marcando, hasta formar aunque sea una mínima caparazón de tres milímetros, necesaria para no actuar como un monstruoso bebé de cuatro décadas que no conoce el mundo. ¿Entonces si esta toda una generación ve “Casablanca” qué le pasa? ¿Grita como un cerdo sacrificado y se le abre el vientre en dos al grito de “¿Qué le pasa a ese hombre? ¿Por qué tiene esas espantosas líneas sobre la frente? ¿Y qué es ese horrible lugar lleno de humo y gente jugando con una extraña rueda con una pelotita saltarina, y donde no aparece un solo container de reciclado de basura, y qué es esa bebida que toman que no parece jugo de zanahoria? ¡Ahhhhh! ¡Mis ojos! ¡Estas actividades pecaminosas lastiman mis ojos!!!”

Y por algún motivo, con este infame jugo de sangre de pato hicieron no una, no dos sino tres películas, lo que ahora hasta los niños de seis años conocen como una “trilogía”, pero una que no está habitada por personas vestidas de murciélago, familas de mafiosos homicidas o enanos que viajan por la montaña, sino por dos rubios universitarios que hablan. ¿Había una necesidad? ¿Había un clamor oculto o un deseo inconsciente del público por saber cómo “cierra” la interminable conversación de dos rubios universitarios que toman café?

Y no, no sé si hace falta que lo aclare, no, mayormente no la vi ni esta ni la otra ni la otra, pero no lo puedo evitar: la sola existencia de esta entidad, y especialmente de gente con deseos de verla, me hace subir la bilis hasta la úvula, amarga mi vida y destruye hasta mis más minúsculas ilusiones respecto del futuro. Pero viste cómo soy yo.