Durante mi breve y patética carrera como vendedor de discos de vinilo en el Parque Rivadavia, mi ineptitud para los negocios y mis urgencias económicas me convencieron de que el único modo de competir en ese despiadado mercado era bajando mis pretensiones a niveles lindantes con la autodegradación personal. No tenía ningún problema para esto, claro, excepto que unas veloces operaciones aritméticas me convencieron de para adquirir bienes a un precio que luego de su venta me dejara algo de ganancia, ese precio debía ser igual a cero. Empecé entonces a fantasear con recorrer las calles y cuartitos de la basura de edificios abandonados, intentando adquirir gratuitamente los preciados discos, y me percaté entonces de que yo, un miembro de la orgullosa clase media argentina, no era demasiado diferente de un cartonero.
Desde entonces soy un firme convencido de que problemas como los prejuicios sociales, la falta de solidaridad y la división tajante de clases se licuarán cuando admitamos que, teniendo en cuenta la precariedad de nuestras situaciones económicas personales, lo único que separa a un profesional autónomo del linyera que vive en la calle es una barrera delgada y traicionera, translúcida como una capa de hojaldre, bajo la forma de las palabras "mirá, pará todo, por un tiempo no vamos a necesitar tu colaboración, en unos días te llamo" pronunciadas desde el otro lado del teléfono.
Estas son las diez señales de que nuestra situación económica no es tan floreciente como, por ejemplo, la del Sultán de Brunei:
1) Recorrer la agenda de arriba a abajo, calculando cuál de esos nombres que aparecen está en condiciones de realizar un préstamo de veinte pesos (teniendo en cuenta que ya no lo hayamos esquilmado hace un par de días, que no esté en tu misma situación, o meditando si quedará muy mal llamar a ese compañero de la secundaria que no ves hace siete años con este propósito).
2) Recorrer bolsillos de abrigos, espacios bajo los muebles y lugares insólitos en general para recolectar los ochenta centavos que nos permitirán ir a lo de ese pariente, amigo o allegado que va a prestarnos veinte pesos.
3) Recorrer con la mirada los adornos y objetos no imprescindibles para la supervivencia de nuestro hogar, meditando sobre cuál podría ser intercambiado por efectivo, y si vale la pena prescindir de él (teniendo en cuenta, además, que estos bienes realmente sean de nuestra propiedad).
4) Permanecer, desde hace meses, o años, atrasado un mes en el pago de los servicios básicos, llegando a pagarlos el día anterior al corte de los mismos, e incluso llamando a nuestros amables proveedores para preguntar qué pasa si nos retrasamos un par de días. Al mismo tiempo, aprendemos a recibir las amenazas de juicio de las empresas de servicios públicos con una increíble tranquilidad.
5) Prescindir del queso rallado. En cambio, elevar el consumo de tronquitos de acelga, tallos de brócoli, alitas de pollo, espinazo y corazón.
6) La ya analizada introducción al mundo de las terceras marcas como arroz "Tobogán" o "Gran Cosa". Nuestros animales domésticos, por otra parte, directamente consumirán alimentos balanceados sin nombre, o empezaremos a comprobar cuántos días pueden vivir sin alimento alguno, o a base de mayonesa vieja. También notamos que se muestran un poco beligerantes, en una muestra en vivo y en directo del concepto Darwiniano de la "lucha por la supervivencia".
7) Una reducción drástica en la producción de basura.
8) A raíz de nuestras monotemáticas conversaciones con amigos y allegados, empezamos a recibir información -como por una extraÑa coincidencia– sobre diferentes actividades y opciones ilegales: sobre tal tipo que te pone cable por veinte pesos, que en tal feria de artículos robados se consiguen electrodomésticos a precios irrisorios, que haciendo tal cosa se puede engañar al medidor de gas… (por supuesto, YO NUNCA RECIBí ESTA INFORMACIóN… Es sólo algo que escuché por ahí)
9) Calcular, por lo menos en forma recreativa, si se podrá sobrevivir siendo invitado a almorzar, merendar y cenar por nuestros allegados, estableciendo un sistema de rotación con turnos, y lamentando no conocer más gente.
10) Entender por fin lo que significa la frase "exclusión social", porque esa es exactamente la sensación. Que estás siendo "excluido" de algo, de un club privado para gente que se gana la vida y consume queso rallado, y que esa puerta ha sido cerrada con llave.
Hay otras pequeÑas señales, como insomnio, angustia, dolor de cabeza, migraña, cefalea, náuseas, ceguera, impotencia y eventualmente muerte. Si tenemos suerte y la puerta vuelve a abrirse a tiempo, permitiéndonos ganar un salario y volver a ese universo paralelo de queso rallado y mascotas que no luchan entre sí por un puñado ínfimo de alimento balanceado, no debemos olvidar mirar con sentimientos más fraternales a ese limpiavidrios o a ese malabarista del semáforo. Incluso no estaría mal pedirle unas clases de malabarismo, sólo por si acaso: La puerta del club se nos cierra herméticamente cuando estamos del lado de afuera. Pero del lado de adentro tiene una frecuente tendencia a abrirse e invitarnos amablemente a que nos retiremos.
(9 de mayo de 2004)
No hay comentarios:
Publicar un comentario