Sé que muchos de ustedes me van a odiar por lo que voy a decir, pero ya me odia tanta gente (como se odia a quien sacude la modorra de la masa con un puñetazo cargado de verdades) que agregar a dos mil o tres mil personas más a mi lista de enemigos personales sólo significará un ligero aumento en mi presupuesto mensual de cámaras de seguridad.
Lo cierto es que se supone que uno debería mostrar cierto pudor en apoyar una iniciativa gubernamental bajo el riesgo de ser acusado de obsecuente o vendido, y sin embargo no puedo evitarlo: Tengo una debilidad inexplicable por la Flor Gigante de Ibarra. Ya sé que no se llama la "Flor Gigante de Ibarra". El "Monumento de los Españoles" tampoco se llama "Monumento de los Españoles", y el edificio "El Rulero" tampoco se llama edificio "El Rulero" (y no se molesten en intentar averiguar cómo se llaman, porque sus nombres se han perdido en la noche de los tiempos). Como estos, la Flor Gigante de Ibarra también va en camino a convertirse en un clásico. Hasta me atrevería a decir que los estudiantes de historia del futuro, cuando les toque tomar su cápsula comprimida de estudio instantáneo, se detendrán un momento para identificar con afecto a este personaje del Siglo XXI como ese Jefe de Gobierno "que mandó construir la Flor Gigante de Ibarra".
Y si esta forma de vida biomecánica que hoy adorna la Avenida Figueroa Alcorta me supera, es, entre otras cosas, porque mueve a múltiples lecturas:
1) La Lectura del Monumento Controvertido: Prácticamente no hay metrópoli en el mundo que no tenga su artefacto controvertido. París tiene la Torre Eiffel, que en su momento desató sangrientas polémicas. Lo mismo ocurrió con el Centre Pompidou, que si no me equivoco también está en París. Y por supuesto no olvidemos la pirámide del Museo del Louvre, en París. Bueno, en realidad parece que París es la única ciudad del mundo con monumentos monstruosos. ¡Y en segundo lugar, la París de Latinoamérica! (No olvidemos nuestro Monumento al Quijote, nuestras autopistas de Cacciatore y nuestra propia Pirámide del Museo del Louvre que se alza solitaria en el boulevar de 9 de julio)
2) La Lectura de la Ambientación Tecno: Primero el Planetario, ahora la Flor Gigante de Ibarra, el caso es que Buenos Aires va en camino de convertirse en la ciudad con más lugares con posibilidades de celebrar una "rave" del mundo. Ese prado ondulante que la rodea, esas luces verdes y ese lento cerrarse con la noche constituyen un ambiente alucinógeno, extraterrestre e ideal para pasar una tarde intentando evadir por un momento este prosaico planeta.
3) La Lectura del Fantasma del Ital Park: No es casual que se haya elegido una locación tan cercana al fenecido Ital Park para levantarla. La Flor Gigante de Ibarra es una obra de arte, pero también es una suerte de juego mecánico que tiene la singularidad de excluir la participación del público. Es prácticamente un parque temático por sí sola, un parque temático egocéntrico donde el tema sería la propia Flor Gigante de Ibarra. Un "parque monotemático", fantasmal y agobiante, al tiempo que una especie de homenaje animatrónico: ¡Un monumento a los Juegos Mecánicos Caídos del Ital Park!
4) La Lectura del "Yin" que faltaba para equilibrar nuestro excesivo "Yang": Mi lectura preferida. Tenemos desde hace años, como símbolo de la ciudad, incrustado en pleno centro, al fálico Obelisco, irradiando hacia los cuatro puntos cardinales una carga excesiva de testosterona simbólica. Tal vez la agresividad de sus habitantes se deba a este karma de masculinidad sin contrapeso que invade cada rincón de nuestras tareas y pensamientos. Hacía falta la contrapartida, un gigantesco (y ligeramente obsceno) símbolo femenino para equilibrar las energías de la ciudad, y para inyectarle a la metrópoli algo de corrección política. Sólo queda ponderar cómo sería la gigantesca y dialéctica criatura engendrada por el encuentro entre estos dos colosos.
Lo peor de todo esto es que lo digo en serio.
(27 de mayo de 2004)
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