Los mediocres pequeño burgueses que viven en mi cuadra no lo saben, pero soy un GENIO. Y de la mejor raza de genios: El genio incomprendido. Ellos, en cambio, integrantes en su mayoría del gremio automovilístico (remiseros, taxistas y mecánicos), sencillamente consideran con cierto desdén y autocomplacencia que estaciono "torcido".
Es cierto que todo parte de cierta abandonada impericia (típica de quien no se adapta a las convenciones sociales, a lo James Dean), sumado a la carencia de la fuerza sobrehumana que hace falta para mover el pesadísimo volante de mi Taunus "L", más una tendencia a la pereza, al natural hartazgo después de enderezar y torcer, enderezar y torcer, marcha atrás, primera, marcha atrás, primera. También considero que el estacionamiento es una actividad que la raza humana ya debería haber superado hace tiempo. Una instancia primitiva y sin significado. Los autos deberían estacionarse solos o en cualquier parte, como quien deja el diario sobre el bidet.
Pero ya que hay que estacionarlos (uno no puede adelantarse tanto a su tiempo sin arriesgarse a ir a la hoguera), ¿por qué someterse a los mandatos de una sociedad injusta que nos obliga a estacionar en perfecto paralelismo y a cinco centímetros del cordón (dejando el espacio requerido para el barrendero), sofocando nuestro "yo" y nuestra creatividad, instaurando leyes para encajonar en prisiones virtuales nuestros vehículos en prisiones virtuales, esas extensiones mecánicas de nuestras piernas y nuestras burbujas personales en filas de uno en uno y alineadas como si fueran carpetas en un fichero, tal como si viviéramos en un hormiguero o en un estado totalitario?
¡No!!! ¡Cuando estaciono, el concepto de "paralelo" es aplastado por la furia de mis neumáticos inconformistas! ¡Mi auto se hunde contra el cordón en diagonales asesinas, cual un tajo motorizado en el lienzo del asfalto! ¡Con mi coche dibujo puñaladas, alaridos de rebeldía contra ese rebaño de autos en fila india que permanecen en letargo obediente a lo largo de mi cuadra!
Otras veces, en un rapto de ironía provocadora, dejo mi auto en un paralelismo cuasi perfecto pero a unos sesenta centímetro del cordón, como diciendo "intento obedecer tus reglas, Sociedad de los Hombres, pero mi Fuego Interior me impulsa más allá, sobresaliendo, empujándome unos metros al margen para vivir bajo mis propias leyes". O hundiendo mi faro posterior contra el arbusto de un cantero, como si deseara volver a la naturaleza, o contra las bolsas de basura recién depositadas, en una especie de manifiesto neo-punk.
Por supuesto, no quiero engañar a nadie. No estoy diciendo que estaciono torcido a propósito. Según Borges, para realizar una obra maestra parece ser necesario no proponérselo; así, el objetivo original del Quijote era una parodia a las novelas de caballería y el de Martín Fierro, un panfleto contra el Ministerio de Guerra; ¡Yo sólo quiero estacionar, pero la Inspiración me utiliza como vehículo para lanzar su Mensaje, tal como yo utilizo mi Taunus "L" (en mi caso para ir al Super)!
(13 de junio de 2004)
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