Es una pena que la creación de las nuevas tecnologías, de los últimos adelantos de la ciencia que hacen más cómodo, práctico y agradable nuestro presente esté en manos de lo que antaño era considerado un "aparato". ¿Fue esto siempre así? Tal vez sí. Pero alcanza ver el concepto de un Camaro o, para no estar mirando al pasado, de una cámara fotográfica analógica para comprender que en el taller donde se ingeniaban estas maravillas, existía una mirada varonil, crítica y con algo de autoestima (tal vez se trataba del tosco hermano mayor del "aparato" inventor, que le decía, "¡Gil, no pongas esa perilla ahí; ponela allá, que queda mucho más CANCHERO!"), que tenía en cuenta cierto exhibicionismo, cierto mínimo sentido del espectáculo en el uso final de la máquina en cuestión.
Tomemos el teclado de computadora. ¿Acaso costaba algo que las teclas estuvieran soportadas sobre pequeñas palancas con algo de movimiento, algo que exigiera los magros ligamentos de nuestros nudillos, como la vieja y hemingwayana máquina de escribir? Mientras escribo esto y escucho ese viscoso clikeo sin vida, no puedo dejar de pensar en el escaso entusiasmo físico que hace falta para terminar una oración. Podría ser una pesadillesca criatura lovecraftiana sin huesos ni músculos y el teclado respondería de la misma amigable manera; Y aunque en estos momentos cientos de defensores de los derechos de las criaturas lovecraftianas sin huesos ni músculos estén denunciándome por discriminación, no puedo dejar de pensar en que el mercado debería también pensar en nosotros, los no-criaturas lovecraftianas son huesos ni músculos.
No, no hablo en nombre de una estúpida nostalgia por los artefactos que ya no nos acompañan. Hablo en nombre de la humanidad, de esa cuota extra de heroísmo, de estilo, de épica que deberíamos aplicar a cada una de nuestras actividades.
El peor de estos ejemplos, y el verdadero disparador de esta reflexión, es, por supuesto, la cámara digital. Sí, me encantaría tener una. Me encantaría sacar todas las estúpidas fotos que quiero, sin discriminación ni freno alguno, sin tener que gastar fortunas en rollos, revelados y copias. Me encantaría no tener que pasar por un irritante proceso de escaneado cada vez que quiero enviar una serie de fotos familiares por mail (y me encantaría poder evitar que un desconocido examine y establezca un juicio crítico de esa foto en la por esas carambolas de la fotogenia parezco un pervertido intoxicado y subnormal en medio de esa misma fiesta familiar).
Pero reconozcamos que la forma de manipular una cámara digital es una porquería. No sé a qué genio se le ocurrió la idea de la pantallita.
El fotógrafo tradicional acercaba su cámara al ojo, apuntaba y disparaba. Nada más parecido a un cazador o un francotirador (y no por nada Clint Eastwood fue capaz de interpretar a uno; creo que sólo transigió en filmar la única película para chicas de su carrera para poder ponerse uno de esos chalecos tan recios con bolsillos para los rollos). ¿A quién se le hubiera ocurrido crear el concepto "safari fotográfico" sino fuera por esta característica de la fotografía tradicional, cuando debería llamarse "sacarle fotos a unos animales"?
Ni qué hablar del erotismo desplegado por el fotógrafo de modas a la "Blow Up", que posee con la lente de su cámara a la modelo de turno y le ordena estados de ánimo y gestos cada vez más provocativos. ¡O el heroísmo del reportero gráfico, que se lanza como un kamikaze al corazón de la brutal represión policial, respondiendo a las balas de goma y a los gases lacrimógenos lanzando un disparo de su fiel Rolleiflex, ese pequeño fusil cargado de Verdad!
Nada de eso es lo mismo con una cámara digital. El fotógrafo digital no parece un cazador. Parece un… No tengo idea de lo que parece. Se lo ve disperso y poco profesional. Parece que estuviera pensando en otra cosa; Mirando la pantallita desde la distancia que su presbicia le permite, más bien pareciera que está revisando la cámara, tratando de entender cómo funciona o de qué marca es. Cuando un fotógrafo digital está por sacarme una foto, en lugar de presentar mi mejor perfil y permanecer inmóvil durante varios minutos a su completa merced, más bien me dan ganas de trompearlo y gritarle "¡Dejá de mirar tu camarita, imbécil! ¡A Mí me vas a sacar la foto! ¡Mirame a Mí! ¡A Mí! ¡A Mí! ¡A Mí!!!"
(19 de mayo de 2004)
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