Ernesto F. Tiene 34 años, una familia que lo quiere y un trabajo que le permite "llegar a fin de mes con cierto decoro", según sus palabras. Lo que no es poco decir en estos tiempos.
Entre sus planes más inmediatos se encuentran iniciar el estudio de algún idioma ("para no achancharme, más que nada"), algunas reformas en su casa y, como todos los jueves, juntarse con sus amigos para jugar al TEG (reconstruido con fragmentos de diferentes TEGS recauchutados y recolectados entre familiares y conocidos) y seguir aumentando su colección de sobrecitos de azúcar de diferentes provincias argentinas, "hobby" que lo apasiona.
Pero la vida no ha sido con Ernesto todo lo generosa que parece. Aunque intente ocultarlo con sonrisas y chistes sucios un poco desubicados, Ernesto no entiende indicaciones para encontrar calles.
Todos los días, cientos de personas que sufren el mismo mal que Ernesto salen a la calle, rumbo a consultorios de médicos desconocidos o a "la casa de un tipo", y con frecuencia deben internarse en barrios lejanos, y buscar calles con nombres como "Lambaré" o "Tejera", con la certeza angustiante de que en algún momento deberán preguntarle a alguien: "¿Perdón, la calle Tejera?" o tal vez "¿Lambaré, ubicás?"
Saben –y el sólo visualizarlo les arranca sudores fríos- que el buen samaritano les dirá algo como "Seguí derecho por esta, en la segunda doblá a la derecha, esa es Oliden, ahí vas a ver una plaza, cruzá en diagonal, vas a ver un Blockbuster, cruzás, seguís por mano izquierda doscientos metros, bajás, bajás y a la vuelta vas a encontrar Lambaré (o Tejera, por decir algo)".
Pero tanto Ernesto como sus compañeros de angustia saben que les será imposible seguir estas indicaciones. Ernesto sabe muy bien que a la altura de "en la segunda doblá a la derecha", las palabras que emita el buen samaritano llegarán a sus oídos bajo este formato: "RRRRRRRRÑÑÑÑÑIIIARRRRMMMKKJJJJKVVV" o un ruido similar de tipo indescifrable.
Ernesto no es estúpido. O, para ser más específicos, Ernesto sí es estúpido, pero ha logrado disimularlo bastante bien, haciendo más o menos lo que hacen los demás y permaneciendo relativamente callado en reuniones laborales y sociales (metiendo algún chiste bastante bueno de vez en cuando). Pero sabe que las indicaciones verbales compuestas por más de tres palabras están fuera de su alcance. Tal vez Ernesto podría entenderlas si el samaritano tuviera paciencia y accediera a repetírselas cuarenta veces. O si el samaritano le enviara, antes de salir, un mail con estas indicaciones, (algunos dibujitos no estarían de más) y él pudiera imprimirlas y seguirlas al pie de la letra. Pero vivimos en tiempos poco solidarios y además a Ernesto se le rompió la impresora.
No seamos indiferentes. Lo que Ernesto necesita no es nos hagamos los cancheros tratando de demostrar que somos una Filcar viviente, sino que le digamos "más o menos", para qué lado es, cosa de que una vez allí el pueda volver a preguntar, y así, con pasitos de bebé, rebotando entre samaritanos como si fuera un flipper humano, llegar hasta el destino deseado. Digámosle "Es como para allá" y contengamos nuestros deseos de abrumarlo con nombres de calles no solicitadas, abscisas, diagonales, carteles luminosos, manos (Ernesto no está muy seguro de entender lo que significa "por mano izquierda") y medidas del sistema métrico decimal. Ernesto estará agradecido y no perderá ese turno con el alergista de la obra social.
Tampoco tratemos de explicarle verbalmente: recetas de cocina, procedimientos laborales o fórmulas de física. Ernesto también las percibe como "RRRRRRRRRVVVVVVÑÑÑÑJJJ".
Esta es una campaña de bien público.
(4 de mayo de 2004)
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