Si no me equivoco, la suba del tope al sueldo de los funcionarios tiene su origen en el famoso sistema de "auto-evaluación", que de vez en cuando se intenta aplicar en el colegio secundario, por lo general elevando en forma milagrosa los promedios de los estudiantes.
Nadie puede estar en contra de un sistema que permite la propagación de la felicidad instantánea entre los trabajadores, pero sería deseable que se generalizara. Yo no tendría problema en triplicarme o cuadriplicarme el sueldo, y por supuesto que merecidamente. Como contrapartida, puedo comprometerme a que la calidad de mi trabajo se vería incrementada visiblemente.
Fíjense bien que no escatimo nada: no estoy hablando del tiempo invertido, ni del rendimiento económico, ni la dedicación, sino de una característica tan crucial, medular y poco mensurable (como todas las cosas esenciales) como la CA-LI-DAD.
Algunos podrán objetar que si nos auto-indexáramos el sueldo a nuestro gusto, todos terminaríamos cobrando fortunas y entonces se produciría un desabastecimiento de artículos suntuarios, provocando caos y escenas desagradables en lugares tan poco preparados para el caos como concesionarias de Mercedes Benz y locales de degustación de vinos de colección. Sin embargo, esto no es necesariamente así: Si mal no recuerdo, cuando me tocó auto-evaluarme, en un rasgo que me pareció bastante ingenioso, no me puse diez sino ocho, para que resultara más creíble o, mejor aún, pasara desapercibido. Del mismo modo, muchas personas dotadas de la virtud de la humildad (o de cola de paja, esa hermana con antecedentes psiquiátricos de la humildad), elevarían su sueldo hasta un nivel razonable, teniendo en cuenta además los posibles comentarios sarcásticos de sus compañeros de trabajo, tales como "ah, se ve que tenés un concepto bastante alto de tu trabajo" o "epa, se agrandó Chacarita".
Sería, además, la consecuencia lógica de la tendencia en las empresas más modernas, donde cada uno maneja sus horarios con cierta libertad, se viste como quiere, decora su computadora personal con los muñequitos infantiloides que más le gustan, confecciona los versos obscenos con los nombres de sus jefes que le da la gana (aunque esto último siempre en el ámbito de lo privado) y revisa a su gusto las carteras y los bolsillos de los demás en busca de credenciales de la SIDE cuando han salido por unos segundos de la oficina. ¡El paso lógico es la libertad de elección salarial, donde cada uno elija el sueldo que necesite! ¡Donde cada uno elija si desea cobrar a través de cheques, depósitos bancarios, maletines llenos de billetes pequeÑos y sin marcar o bolsitas de pana lila con tres mejicanos de oro! ¡Donde elijamos cobrar del 1 al 5 de cada mes o todo junto, a principio de aÑño, para poder administrarme mejor!
Nuestros gobernantes están dando el ejemplo. Imitémosles y tomemos las riendas de nuestro destino.
P.D: Creo que lo más torpe del caso fue elevar el tope exactamente al doble. “El doble” tiene una connotación cabalística y hasta mágica que llama demasiado la atención. Si hubieran dicho, por ejemplo, que los sueldos se elevaban un 97 % (o incluso un 123 %), probablemente la cosa hasta habría pasado desapercibida.
(11 de mayo de 2004)
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