jueves, 24 de abril de 2014

¡DETERMINAN QUE LIBRO NO ES UN LIBRO!

Me quiero comprar este libro.

464 páginas de Landrú, el humorista argentino que más me ha hecho reir; contiene -digo yo- cientos de dibujos y escritos con sus personajes; un libro, además, de gran importancia histórica debido a las diversas intervenciones de “Tía Vicenta” en los medios y la política argentina. En fin, un “must”, muchachos, un “must”.

El primer problema es el precio. $690. Seguramente tengo una falla en la percepción de lo que debe salir o no debe salir un libro, seguramente todo está más caro de lo que creo y es cierto que hoy un billete de 100 es como caquita (aunque siento que me arrancan un trozo de riñón cada vez que me desprendo de uno). Pero, ¡690! Para mí es una cifra que se acerca más a lo que tiene que salir un electrodoméstico que un libro.

Y no es una exageración: algunos electrodomésticos son más baratos. Por ejemplo, una tostadora, o una pava eléctrica. Creo que podría comprarme tres o cuatro de esos ítems con un Landrú. Y el electrodoméstico tiene cables, lucecitas, microchips, cosas caras. ¿El Landrú tiene microchip? No, no tiene. ¡Jaque mate, flaco! ¡No me cobres cosa sin microchip como dos o tres veces algo que tiene! ¡Es lo único que te pido!

El segundo problema es el tamaño, que claro, acá en la fotito no se nota, pero es grande. Me refiero a grande de grande grande, grande de que no podés dudar si está entre “mediano” o “grande”, no, es grande a simple vista, es un flor de pedazote de cacho de libro. No es un “ladrillo” sino varios.

Es grande, gordo e incómodo, es un libro que te invita a dejarlo en la biblioteca, que se ve re lindo, no a llevártelo a la cama o al baño. Ahí en el aviso te lo ponen, así casi al pasar, medio traicioneramente: ¡Pesa 2.500 gramos! ¡Dos kilos y medio! Ya que te lo pongan ahí, yo digo que tipo advertencia es para preocuparse, como si el librero se quisiera sacar la responsabilidad de vendértelo y que después necesites un flete. También dice “encuadernación rústica”. No me quiero imaginar lo que pesaría el tapa dura.

No me imagino cargando esa bestialidad para leer en el colectivo (si es que yo tuviera la peregrina idea de viajar en colectivo. Pero ese es otro tema), o yendo a un bar con el Landrú bajo el brazo, o sea, no creo que lo pudiera llevar, técnicamente, “bajo el brazo”. No creo que la presión del brazo contra las costillas que soy capaz de hacer fuera suficiente para mantenerlo en su lugar. No, es un libro que lo tenés que ocupar con las dos manos o un carrito. Es ese tipo de libro, tipo libro de arte, grande.

Y acá está la parte más preocupante del asunto ¿Puede, un libro que supera ciertas dimensiones, llamarse “libro”? Por ejemplo, cuando una pelota de ping pong tiene el tamaño de una número cinco, yo creo que ya no es una pelota de ping pong. Es una número cinco, o una bola de cristal, o un plafond esférico para alumbrar el jardín. ¿Un clavo de un metro de largo es un clavo o es un florete? Un anillo de un metro de diámetro no es un anillo, es un hula-hula, y una gomita elástica grande no es una gomita, sino una cámara de auto. Bueno, podemos estar todo el día así.

No, no sé qué es el Landrú. Sé que no es un libro, pero las características del objeto, sumado a su tamaño, lo hacen difícil de recategorizar. No hay cosas rectangulares con miles de hojas gigantes que contienen letritas y dibujos. Lo más adecuado que se me ocurrió es que es una especie de puerta. Pero las puertas no tienen, atrás, otras cientos de puertitas (de una consistencia más meliflua) que tenés que seguir abriendo indefinidamente, salvo en las escenas de algunos dibujos animados.

En fin, no sé lo que es, ya quedamos en que no es un libro, y sé que a pesar de todo, quiero ese Landrú. Escucho ofertas, pero tienen que incluir gastos de transporte, logística y probablemente traumatología. Gracias, espero acá.

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