miércoles, 6 de abril de 2011

¡A MÍ LA COLA DEL SUPERMERCADO NO ME VA A ARRUINAR EL FIN DE SEMANA!

Quienes, como yo, busquen la sabiduría no en las obras de los grandes pensadores de la Humanidad (son muy largas) sino en los títulos de películas (sintéticos y estimulantes), no la buscarán en "El amor es una mujer gorda" o "Retroceder nunca rendirse jamás 2", sino en "Gracias a Dios es viernes". Este título resume todas las angustias y todas las esperanzas del hombre moderno en apenas… Esperen un momento… Ya está… En apenas 21 caracteres.

¡Sí! El fin de semana asoma su alegre y viciosa nariz prometiéndonos un mundo de paraísos artificiales y placeres sin nombre. Pocas invenciones humanas han aportado tanta alegría como esta inmaculada institución.

Desgraciadamente, antes de lanzarnos a la risa franca y la degeneración recreativa, debemos pasar por el ritual que nos recuerda nuestro miserable paso por este mundo: Ir al supermercado. Allí se despiertan los peores instintos de nuestra naturaleza, como el consumo, la indecisión, la avaricia, el aburrimiento, la cólera, la prisa y el dolor de cabeza. Nuestros hijos se impacientan y logran sacarnos de quicio, nuestros ahorros se volatilizan y no sé si lo han notado pero la gente allí parece más fea, desde el punto de vista estrictamente estético. Ignoro por qué, pero es así.

Y dentro de este infierno existe un infierno particularmente más monstruoso y concentrado: La cola para pagar. No he visto rostros felices, ni siquiera humanos, durante el desarrollo de esta actividad. La espera es eterna. La ansiedad por salir de allí es insoportable. El exceso de bolsas que pretenden endilgarnos las cajeras -siguiendo las instrucciones de vaya a saber qué mafia de las bolsas- pervierte el pensamiento civilizado, llegando al absurdo de colocar un producto por receptáculo, y destruyendo así el concepto mismo de "bolsa".

Por suerte la imaginación humana, todopoderosa arma contra el infortunio, nos dota de un sinfín de juegos mentales (a decir verdad, como tres o cuatro) que nos permiten pasar por este Vía Crucis con la menor cantidad de bajas en nuestra alma:

1) El Crítico de Adquisiciones Ajenas: Criticar, en la forma más despiadada y brutal posible, el contenido de los changuitos ajenos. Si el contenido es exiguo, reirnos de su supuesta miseria y ponderar en qué pena que no exista una "caja rápida" para menos de tres productos. Si es excesivo, sentirnos indignados por la avidez del portador, comparando la carga del carro con el aperitivo de un ogro gigantesco, obeso e insaciable. Si es medio o correcto, criticar sus opciones de productos, tomando como excusa el exceso de azúcar, de hidratos de carbono o el color de su packaging. Si alguno de ustedes, además, es capaz de hacerlo en voz alta y arrogante, ("¡Ah, pero ahora se explica por qué está tan deteriorada, señora!") ganará mi admiración ilimitada.

2) El Comprador Neurótico Obsesivo: Ir trasladando del changuito a la cinta transportadora de la caja estableciendo un orden estricto y ligeramente arbitrario: en la fila de adelante, los congelados; luego, productos de limpieza; a continuación, verduras; etcétera. Colocar los productos simétricamente, en filas de a números impares y en el caso de que sean apilables, apilarlos hasta límites arriesgados, a ver si el improvisado "Jenga" de leche larga vida se banca el arranque de la cinta transportadora. Si algún empleado pretende ayudarnos para apurar el trámite y desordena nuestros productos, chillar como un cerdo y exigir que se nos permita empezar de nuevo.

3) El Territorio Flexible: En un momento de distracción, mover el separador de compra de supermercado a los límites interiores de nuestra compra, y obligar al de adelante a comprar un producto carísimo. Por ejemplo, un neumático. O un DVD. También podemos invertir el juego, apoderándonos de un producto ajeno, y despojando al desprevenido de su ración semanal de papel higiénico.

4) El Museo de la Decisión Final: Entretenernos analizando los productos que la gente abandona en la góndola junto a la caja. Dejar volar la imaginación. Reflexionar en qué dramas personales, qué infinita cantidad de historias de miseria, frivolidad o problemas de pareja se esconden tras ese jarrito decorado con una vaca, esa caja de cereales azucarados, ese desodorante de fragancia "deportiva", que nos observan abandonados, huérfanos y tristes antes de largarnos de allí.

5) El Comprador Loco: Cargar el changuito con objetos que hagan pensar a los demás que estamos desequilibrados. Por ejemplo, doscientas latas de arvejas y un plumero. O cuerdas, cuchillos de carnicero y cloroformo (aunque no estoy seguro de que se venda cloroformo en los supermercados) O treinta huesos de goma para perros, treinta gaseosas y treinta velas aromáticas. La compra debe ser abundante. Una vez en la caja, después de diez minutos descargando los productos, gritar "¡Me falta el queso blanco! ¡Ya vengo!", irnos corriendo y luego huir del establecimiento. Nuestro trámite se habrá vuelto sin sentido, pero tendremos largas horas de esparcimiento contando la anécdota y pensando en la cara de los pobres clientes que estaban atrás nuestro.

Todas estas diversiones son gratuitas y divertidas. Algunas, claro, nos ganarán enemigos a muerte. Pero dicen que no se mide el valor de un hombre por sus amigos sino por sus enemigos (No estoy seguro de qué estaba pensando el que inventó esta frase, pero me parece una forma increíblemente fácil de incrementar el valor personal).

(14 de mayo de 2004)

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