viernes, 25 de marzo de 2011

¡EXTIRPACIÓN NEUROLÓGICA DEL GUSTO POR JOAQUÍN SABINA YA!

Quienes me conocen me tienen por un hombre de gustos exquisitos y muy específicos: pocas personas, como yo, saben disfrutar del sonido que hace un sachet de leche cuando se lo golpea entre las dos palmas de la mano; en cambio, no me pliego fácilmente a los gustos de la masa informe y sudorosa. Cualquiera sabe, además, que cuantas menos cosas te gustan más inteligente parecés, y más fácil es destruir las ilusiones del prójimo (siempre por su propio bien, claro). Por último, uno se ahorra mucha plata en CDs y libros que no siente deseos de comprar.

A veces, por supuesto, caigo en la tentación de seguir la corriente, y me entrego a los placeres bestiales de la masificación. ¡Cuántas veces me he reído de esa cámara oculta de Tinelli donde le arruinan la vida y la mitad de sus posesiones a un completo inocente para después revelarle -como si eso fuera un alivio y no un aterrador capítulo de "La Dimensión Desconocida"- que todo fue organizado por sus seres más queridos y dignos de confianza!

Sin embargo, trato de preservar pequeños territorios conquistados en mi espíritu, basado en cosas que, a despecho de la corriente, no he hecho nunca: no he leído "Cien años de Soledad"; no me he comprado un teléfono celular; no he pisado la provincia de Córdoba. Tal vez no sean actividades censurables, pero pienso que luego de haber invertido tanto tiempo -toda mi vida- en no hacerlas, sería una pena, en algún momento, llevarlas a cabo. Sería como tirar los ahorros de toda una vida. Como perder un anti-récord.

Uno de estos logros había consistido en que no me gustara Joaquín Sabina. No era una hazaña porque no debía hacer un gran esfuerzo; realmente no me gustaba. Su pose de vivaracho bohemio ganador me irritaba; su aspecto de no haberse bañado en una semana me producía cierta comezón desagradable; y su uso sin excepciones de la rima consonante me resultaba cargoso hasta más no poder (además, había leído en alguna parte, no me acuerdo dónde pero debía ser de alguna eminencia, que la rima consonante era de lo más burdo). En fin, practicaba mi anti-sabinismo con devoción y profesionalismo, y lo hacía bien. Todos éramos felices.

Entonces, escuché el tema que compuso para la película "Torrente". Lo acompañaba en la interpretación el actor Santiago Segura, que me caía muy simpático desde "El día de la Bestia", y justificado por esta compañía, accedí a escucharlo.

El tema no estaba nada mal, pero decidí que el mérito era de Segura, y me quedé tranquilo con esta explicación. Con los días, empecé a apreciar la habilidad con que estaba compuesto. Incluso la rima consonante no estaba, en este caso, mal aplicada -se trata de una canción humorística. Por último decidí que la interpretación de Sabina era competente y acompañaba a Segura con bastante gracia, pero siempre repetía para mis adentros "bueno, es sólo esta canción… Una le tenia que salir bien".

Luego, la zozobra: empecé a recordar las diversas canciones de Sabina con una semi sonrisa, hasta con nostalgia, aunque la época que extrañaba estaba sobrecargada de un odio visceral al cantautor, por lo que la tal nostalgia no podía ser más falsa. El verdadero horror llegó cuando, mientras intentaba comprar unos pantalones, escuché el acordeón inconfundible de uno de sus temas en una radio traicionera, y empecé a sentir deseos de acercarme y escucharlo con atención, para… No quiero decir esto… Es embarazoso… En fin… Para disfrutarlo.

Por supuesto, hice lo que cualquier hombre de honor: me tapé los oídos y empecé a cantar muy fuerte "¡La, la, la, la, la, la, la, la!". Luego salí corriendo. No he vuelto a comprar pantalones desde entonces.

¡No quiero que me guste Joaquín Sabina! ¡Ya le hablé mal de él a mis amistades durante mucho tiempo! ¡Es un síntoma más de reblandecimiento y decadencia física y mental! ¡Pido la ayuda de la ciencia! ¡Debe existir algún psicofármaco sabina – bloqueante! ¡Algún tratamiento que incluya electroshocks, reflejos pavlovianos y científicos alemanes de pasado dudoso con brazos biónicos! ¡La eliminación quirúrgica del centro cerebral del gusto por Sabina! Por supuesto, me ofrezco con la entrega inerme del enfermo terminal; ¡Mi otra opción es encontrarme en un par de semanas comprando el disco "Física y Química"!

Y no sé qué tanta distancia hay de ahí a, digamos, Ricardo Arjona.

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