lunes, 28 de marzo de 2011

¡SUBSIDIO DE LA SECRETARíA DE CULTURA AL QUE LE PONE NOMBRE A LAS TERCERAS MARCAS YA!

No siempre fui rico y famoso. Alguna vez, como la mayoría de ustedes, también conocí las hieles del fracaso, la miseria y la desocupación. Durante varios meses del año que podríamos llamar el del "Gran Hundimiento Argentino" mis entradas se redujeron a cero, y mis salidas, nunca demasiado ostentosas, se resistían con admirable tesón a ser reducidas.

No puedo decir, sin embargo, que no haya sacado nada en limpio de esa experiencia:

-Aprendí que los discos de vinilo de "Kiss" nacionales se cotizan mucho más que los importados (durante mi desafortunada carrera como vendedor/comprador de discos de vinilo en el Parque Rivadavia).
-Aprendí que el tallo del brócoli es tan comestible y nutritivo como las puntas.
-Aprendí a recorrer la agenda de cabo a rabo intentando encontrar el nombre de algún conocido o amigo a quien no le haya pedido dinero prestado (y que no hubiera sido arrastrado al maelstrom de la pobreza igual que yo)
-Y, sobre todo, aprendí a zambullirme en el colorido mundo de las SEGUNDAS MARCAS (En realidad, creo que a esa altura ya había pasado a la categoría de TERCERAS o CUARTAS MARCAS).

No me malinterpreten. No es que antes de la Caída yo me alimentara exclusivamente de productos Premium. Siendo TACAÑO POR NATURALEZA, estaba acostumbrado a no comprar siempre lo más caro, y a adoptar una que otra marca desconocida por una especie de simpatía consumidora. Pero mi nuevo y ridículo presupuesto me obligó, como a casi todo el mundo, a organizar una especie de campeonato mental entre "cosas que salen menos de un peso", ganando las marcas triunfadoras el privilegio de conocer mi casa.

Noté rápidamente que estos nobles productos, leales compañeros de desgracia, tenían en común contar con nombres que cualquier estudiante de publicidad de primer año hubiera desechado sin piedad. Supongo que los productores modestos no cuentan con departamentos de marketing, ni pueden realizar campañas ni testeos, ni pagarle a estudios norteamericanos para que diseñen su logotipo. También, y echando una mirada menos lúgubre, supongo que al no lanzarse a competir con los grandes megaterios de la industria argentina no necesitan preocuparse demasiado por esos detalles, y se limitan a ponerse el nombre que SE LES CANTA, apelando a la creatividad sin autocensura del que no tiene nada que perder, y a sus reprimidas veleidades literarias.

Es así como pronto me hice amigo de las marcas de nombres coloridos, instalando el axioma de la relación de proporcional nombre pintoresco / buen precio, con la respiración agitada por la emoción ante cada nuevo descubrimiento: los arroces "El Gaucho", "53", "Luchador", "Tobogán", "Gran Cosa" (éste todavía no lo puedo CREER), "Impasable", "Apropiado" (supongo que intentando captar a las amas de casa ingenuas lectoras de alguna receta que diga "use el arroz apropiado") y "Vanguardia", las vainillas "Macanuda", las tapas de pascualina "Qué Manjar", y las mantecas "Primitiva" y -mi favorita y todavía firme en el mercado- "Unánime" (!).

No puedo decir que estos productos fueran mejores o peores que los que vemos a diario en las tandas publicitarias. No es mi intención hacer publicidad y menos todavía anti-publicidad. Pero creo que es destacable el desinteresado esfuerzo con que han sido bautizadas, más cerca de la creación artística que del marketing. ¡Estos nombres adornan la góndola del supermercado o del autoservicio chino con un ingenio, inocencia y hasta surrealismo al que las primeras marcas no se atreven, y debería ser premiado! ¡Y si el éxito comercial no las acompaña, si sus plantas de empaquetamiento y distribución deben cerrar por causa del embate de los grandes monopolios, por lo menos presionemos a la Secretaría de Cultura, al Fondo Nacional de las Artes y al jurado del Premio Planeta para que se los compense con un subsidio anual, se las declare de Interés Cultural y se impulsen proyectos experimentales de colocación de nombres a arroces ficticios!

En el atroz y oscuro universo del consumo, la lumbre de la cultura es un bien escaso . No ahoguemos las llamas que iluminan sus lúgubres rincones.

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