miércoles, 30 de marzo de 2011

¡NO QUIERO EXAGERAR, PERO DE ACÁ A LA LENGUA BíFIDA GENERALIZADA HAY UN PASITO!

Muriel tiene veinticuatro años. Es menuda, morena y delgada, y sus ojos brillan con la pasión y la esperanza en el mañana de los jóvenes. Estudia Diselo Gráfico y aún vive con sus padres, pero planea irse a vivir con una amiga a un departamento de tres ambientes en Almagro "en dos o tres semanas". Ayer fue al Ejército de Salvación a ver si conseguía algunos muebles, pero según cuenta "fue una decepción. La gente ya no tira cosas copadas". Consecuencias de la crisis cada vez más profunda: Hasta la basura ha empeorado. Sin embargo, Muriel está contenta de probar los vientos de la independencia y poder, al fin, colocar en el medio del living aquella lámpara de lava traída de Londres por un amigo, en tiempos de la convertibilidad.

Pero bajo esta máscara, Muriel sobrelleva con entereza una cruz que no puede ocultar. Muriel tiene un anillo en el dedo pulgar.

Todos los días, desde hace un tiempo indeterminado, miles de jóvenes mujeres argentinas despiertan llevando un anillo en el pulgar. Su drama permanece semioculto a los ojos de la sociedad, que cree que solo está siguiendo un tipo de moda absurda más. Pero este síntoma sólo enmascara un mal peor, y más grave. Por algún trastorno genético-ambiental, la circunferencia de los pulgares de nuestras jóvenes se está reduciendo día a día, sin explicación alguna. De otro modo, no entraría allí un anillo, adorno diseñado para vestir un más tradicional anular, meñique o incluso el obsceno mayor. Si esta reducción persiste, no pasará mucho tiempo antes de que el pulgar de Muriel y sus compañeras de tragedia no sea más que un raquítico apéndice inútil, dejándolas impedidas para pegar estampillas, imprimir sus huellas digitales o participar en pulseadas chinas.

O tal vez los fabricantes de baratijas ya no fabriquen anillos de talla normal, y la nueva tiranía estética obligue a las jóvenes no sólo que sean cada vez más flacas sino a que -paralelamente- sus dedos sean cada vez más gordos, obligándolas a usar un anillo en el único dedo que cuadra con este ideal autodestructivo. Tal vez las irreales modelos de la revista “Vogue” puedan engordar sus dedos hasta tener el tamaño de chorizos colorados luego de someterse a torturantes dietas especiales, pero, ¿es eso lo que queremos para nuestras jóvenes?

¿Podemos ser indiferentes ante cualquiera de estas dos espantosas opciones, reducción patológica de los pulgares o perversidad de los artesanos de Plaza Francia instando a la anorexia inversa de los dedos?

No es un tema menor. ¡Por enfermedad biológica o social, el pulgar oponible, la modificación evolutiva que permitió al hombre desarrollar su corteza cerebral, está siendo encorsetado y restringido en jaulas de latón, acrílico y plata en las personas de nuestras jóvenes, las futuras Alicias Moreaus de Justos y Rosaritos Veras Peñalozas que engrandecerán nuestra patria! ¡Las mujeres que deberían estar pensando en diseñar la Reserva Natural a donde nos enviarán a los pocos varones sobrevivientes cuando la técnica usada para fecundar un ratón a partir de dos ratones hembras cunda sin control en la especie humana! Y cuando estén en la cima del poder, pero con los pulgares atrofiados, colgantes y violetas por la falta de circulación, ¿con qué dedo apretarán el botón del día del juicio final que pondrá un fin más o menos espectacular y luminoso a la tragicomedia absurda de la Humanidad?

No seamos indiferentes.

Esta es una campaña de bien público.

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